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Animalito
por María Sánchez
4 junio de 2018
Nunca escribí un diario. Me digo que esta será la primera y última vez. Quizá todo se reduzca al hecho de que nos importa permanecer, quedarnos acurrucados, latentes y callados esperando a que alguien encuentre una parte de nosotros. Aunque solo sean algunas palabras tachadas, mal escritas, borrosas. Odio escribir sobre mí, igual que no soporto tener que contar mi vida en una pantalla fría. Papá siempre sabía que había estado estudiando porque llegaba a casa con la mano llena de manchas de tinta. Ser zurda delataba. La anatomía siempre antes que la palabra. A veces escribo, miro el teclado y me miro la mano. Ya no hay ninguna mancha.
26 de junio de 2018
Los animales han vuelto a huir hacia la ciudad. Las calles están llenas de lodo y pisadas. Han perdido el miedo a ser vistos. Se alimentan de las sobras, acampan en los jardines y duermen incluso en los supermercados. Hace mucho que no se esconden del cazador. Tengo un sueño que no para de repetirse. Alguien me da una cajita. Se ríe. No tiene cara. Las manos son largas, viscosas, pero muy muy muy calientes. Se marcha cantando. Solo es un tarareo absurdo pero me reconforta, me resulta muy familiar. Quito la tapa y solo hay dientes. Son colmillos y tienen manchas de sangre fresca. Algo me dice que son de jabalí. Es la primera vez que huelo la sangre, estoy soñando pero sé con total seguridad que así es como debe de oler. Los aprieto contra mi pecho, les canto la nana del sin rostro. Les digo, bajito que al fin están en casa.
12 de agosto de 2018
Hoy he abierto de nuevo facebook. Hace ya cuatro meses que no entraba. No sé ni por qué lo hago. No espero nada desde el otro lado de la pantalla. No puedo escribirle a nadie. Solo quedan perfiles en suspenso, con sus mejores galas, siempre observándote desde sus fotos, haciéndote pensar por un momento que todo sigue como antes, que nada ha pasado. Me río buscándome en google. Acceso restringido: vuelva a intentarlo más tarde. Ya he olvidado cuando fue la primera vez que me saltó ese mensaje. Oigo gruñidos, esta vez vienen demasiados. Debo terminar aquí, sino puede que no regrese para contarlo.
28 de septiembre de 2018
Esto ya ha empezado. Me duelen las manos al escribir. A veces, en lugar de aullidos y gruñidos, oigo palabras y cantos. Poco a poco el lenguaje de los salvajes me parece algo hermoso y esencial. Esta mañana me miré al espejo y solo reconocí medio rostro. La otra mitad sé que está ahí, pero no sé por qué no la veo. Igual me pasa con mi pierna izquierda. La siento porque suena al caminar, porque tiembla cuando me pongo nerviosa, pero no la veo. No entiendo esta ceguera sobre mi cuerpo, como tampoco entiendo por qué hoy he vuelto a sentir hambre. Desde el brote, todos los estómagos se callaron, todo el mundo dejó de alimentarse. Y como era de esperar, no todo el mundo vive para contarlo. Por eso escribo, aunque una parte de mí sabe que esto no servirá de nada.
16 de octubre de 2018
Escribo estas líneas y mis manos son invisibles. Ya no tengo miedo. Hoy al fin entiendo la canción, los dientes manchados, la sangre. Si escribiera sobre papel mi letra no se entendería. El teclado está mojado, resbaladizo, caliente. Si estás leyendo esto significa que los que siempre tienen hambre volvieron. Yo hoy no hablo pero balbuceo. Y canto. Y tarareo. Soy una sin rostro, una salvaje, una simple mancha. Era fácil la canción, solo había que entenderla, unirse al depredador y al colmillo. Ser hermana de la criatura y del gruñido. Acunar el temblor y la luz, el olor de la sangre resbalándose paciente por la herida.
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